El viento caliente secaba las hojas de los arbolitos. No pasarás de este invierno, sabes bien. Ni máiz, dije armándome de un caparazón para que no se notara el mugroso nudo en la garganta. Al cabo qué. Sí, da igual. Pásame los caracoles, ¿ya los lavaste? No, pero aún no has echado el ajo. Es cierto. Afuera había mucho silencio. Creo que eres una tonta. Yo no he dicho lo que eres aún, pero sin duda eres menos que tu padre y que tu abuelo, y ambos están hechos sendos fiambres.
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