Y en lugar de sentirme atraída hacia ti, me dio un vértigo del mal, mi estómago se sacudió en mil arcadas y el olor fétido de la traición me mareaba. El ácido corrosivo de la venganza dio nacimiento a mis ansias deseosas de apuñalarte. Traté de despertarte de la inconsciencia con un beso suave y candoroso, al que respondiste con una sonrisa de reconocimiento tan linda, luego una sarta de reproches premenstruales y culminaste con un retorno a la insumisión. No logré salvarte de la manta gruesa de locura con que te cubriste tantas horas inmóviles.
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