Canícula yacía débil y un poco adormecida en el tatami. La luz de la lámpara hacía que se reflejara su imagen en la puerta de cristal y ella hacía caras sensuales, simulando posar para un enamorado que aún no conocía. Tomó el libro que habla sobre una chica mediocre, su heroína, y la guerra. Y fue entonces cuando vio al pájaro-insecto. Su ojito negro como ojo de pájaro, lo bastante grande en proporción a un insecto. Su piquito. Sus alas entomológicas cargadas de plumas cafés. Sus largas y ligeras patas, cuatro. ¿O seis? Canícula cierra los ojos, la visitan cada noche.
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